En el 2010 solicitaron mi opinión profesional en el periódico “La vos del interior” de Córdoba, (ARG) sobre el siguiente tema…
Cómo hablar con los hijos (cuando los padres se separan)
A veces es mejor un buen divorcio, que una mala convivencia. Los niños están bien si los padres están bien, y no sirve de nada tratarlos con “compasión sobreprotectora” intentando evitarles a toda costa el dolor.
Cuando los padres se separan, la familia rota de los hijos también es la familia rota de los padres. Hay cosas que el divorcio no puede separar: si hay hijos en común, se pone fin a la convivencia, pero no a la relación. El matrimonio se separa como pareja, pero nunca dejarán de ser padres, y si bien la relación se termina, el vínculo permanece.
Puede que la mujer o el hombre con quien nos casamos ya no sea el más adecuado para nosotros, pero en algún momento lo fue y lo sigue siendo para los hijos. Se necesita de una gran humildad para aceptarlo y poder decir a los hijos: “Tu madre es una buena mujer”, o “Tu padre es un buen hombre y quiero que lo respetes como tal”.
Cada miembro de la pareja necesita expresar sus sentimientos de dolor y frustración ante la separación. Lo importante es distinguir qué decir y a quiénes. Cuando un hijo se convierte en confidente de uno de los padres, escuchando descalificaciones hacia el otro, se generan heridas insalvables.
El momento más difícil de un divorcio es el de comunicárselo a los hijos. En ese momento los padres deben unirse para decir sólo lo necesario, dando lugar a las preguntas de los hijos, pero sin dar los “porqué” (o detalles) de la separación, ya que esto pertenece sólo a la pareja. (Y es importante adaptar el lenguaje a la etapa de los hijos, no es lo mismo explicarlo a niños de 3 o 5 años, que a niños de 10 años o más adolescentes).
Es importante que los dos den el mismo mensaje, lo más claro y concreto posible, sin buscar responsables. Si alguno de los dos culpabiliza al otro de la ruptura, esto obliga a los hijos a colocarse de lado de quien más sufre o es abandonado, y en contra del otro.
A veces son los padres (más que los hijos), los que necesitan ayuda terapéutica. El secreto está en hacer un buen trabajo personal que ayude a aceptar la separación y poder sostenerla con dignidad. A veces cuesta soltar al otro; no tanto por amor, sino por no querer rendirse ante lo que no pudo ser.
Los recién separados no deben escudarse en los hijos para hacer frente a esta situación, ya que los menores aprenden a resolver los conflictos de la misma manera que lo hacen sus padres.
Por último, la tenencia de los niños suele ser otro motivo de conflicto. Siempre se aconseja que los niños vayan a vivir con aquel de los padres que respete más a su expareja.
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2. LA VOZ DEL INTERIOR articulo





